«La filosofía parece ocuparse solo de la verdad, pero quizá no diga más que fantasías, y la literatura parece ocuparse solo de fantasías, pero quizá diga la verdad».
Sostiene Elena, que hace muchos años, no sabe cómo ni dónde, conoció a un señor de mediana edad, gordo, de tensión alta, que padecía del corazón y que le cautivó. Sostiene; que desde entonces este señor comparte estantería con otros personajes que apresaron su alma lectora, a la espera de ser leído de nuevo. Esta ocasión se le presentó gracias al Club de Lectura que coordina. Sostiene, que Pereira le ha cautivado igual, o incluso más, que la primera vez y, que aquellas personas que lo han conocido, les están muy agradecidas por habérselo presentado.
Veamos de que va esta maravillosa novela.
Lisboa, 1938. Corren tiempos convulsos para Europa. Es época de totalitarismos. El nazismo y el fascismo están en auge (estamos en vísperas de la Segunda Guerra Mundial). España está inmersa en la Guerra Civil y Portugal es una dictadura en manos de Salazar.
Pereira es un periodista entrado en años, católico, viudo, al que le gusta la literatura francesa, especialmente los escritores católicos de entreguerras, como Mauriac y Bernanos. Después de treinta años como cronista de sucesos, lo contratan para llevar la página cultural del periódico vespertino Lisboa: «Somos apolíticos e independientes, pero creemos en el alma, quiero decir que somos de tendencia católica». Obsesionado con la muerte, tras leer un artículo extraído de una tesina que versa sobre el tema, decide contratar como ayudante al autor, Monteriro Rossi, para que elabore las necrológicas anticipadas de autores consagrados. El contacto con este joven inexperto e idealista, que le trae textos «impublicables» sobre García Lorca, Marinetti, o Maiakovski: «Efectivamente el artículo era para tirarlo, pero Pereira no lo tiró, quién sabe por qué, lo conservó y por eso pudo aportarlo como documentación», le cambiará la vida. Lo que empieza siendo una relación «laboral», termina convirtiéndose en una relación paterno-filial; Pereira se ve reflejado en él cuando era joven y fantasea con la idea de ver en Rossi al hijo que nunca tuvo.
La relación con Monteiro y con su novia Marta, de la que Rossi toma sus ideas subversivas y revolucionarias, hará que empiece a cambiar su perspectiva sobre la situación que se vive en Portugal y en España. Es un hombre que por encima de todo ama la cultura y que no quiere verse implicado en política, pero ¿hasta que punto puede, o debe uno, mantenerse al margen? Además de Monteiro y Marta, son numerosos los personajes que le harán ver las cosas desde otro ángulo y ayudaran al cambio y evolución que Pereira sufrirá a lo largo de la novela; como su confesor, el franciscano padre Antonio al que mortifica con sus dudas sobre la resurrección de la carne; Manuel, el camarero del Café Orquídea que le da el parte de lo que los periódicos ocultan sobre lo que ocurre en Europa y Portugal; la señora Ingeborg Delgado, judía alemana de origen portugués, que conoce en el tren y le anima a usar su condición de periodista para alzar la voz contra la injusticia: «Usted es un intelectual, diga lo que está pasando en Europa, exprese su libre pensamiento, en suma, haga usted algo»; y el doctor Cardoso, al que conoce en la clínica talasoterápica a la que va a hacer reposo, y con el que mantendrá conversaciones muy interesantes.
Pereira es un hombre de costumbres, un hombre acomodado en una vida rutinaria, sin sobresaltos, y cuya única compañía es el retrato de su difunta esposa. Para él no es fácil aceptar el cambio que percibe en su persona, piensa que es un rechazo a su pasado y a lo que representa: «¿Y qué quedaría de mí?, preguntó. Yo soy lo que soy, con mis recuerdos, con mi vida pasada, la memoria de Coimbra y mi mujer, una vida transcurrida como cronista de un gran periódico, ¿qué quedaría de mí?» Cardoso le anima a que deje paso en su Confederación de las almas, a ese nuevo yo hegemónico que se está imponiendo, y que deje de vivir proyectado en el pasado, convertido en una especie de fetichista de los recuerdos: «Deje ya de frecuentar el pasado, frecuente el futuro».
La originalidad de la novela es que está contada a modo de declaración, como bien dice el subtitulo: Una declaración. El autor nos cuenta que el señor Pereira le visitó por primera vez una noche de septiembre de 1992. Era un personaje en busca de autor que le escogió a él para ser narrado. Para Tabucchi, Pereira era la trasposición fantasmagórica de un viejo periodista portugués al que conoció en París tras su exilio huyendo de la dictadura de Salazar, a la cual había plantado cara publicando un feroz artículo contra el régimen. En el verano del noventa y tres, cuando Pereira se había convertido en amigo suyo y le había relatado su historia, ya pudo escribirla. El resultado es esta pequeña obra maestra que tenéis disponible en la biblioteca Lope de Vega y Francisco de Quevedo.
Antonio Tabucchi (Pisa, 1943 – Lisboa, 2012), es conocido sobre todo por sus trabajos sobre el escritor portugués Fernando Pessoa. Enseñó Lengua y Literatura Portuguesa en la Universidad italiana de Siena, interés que le vino desde su juventud cuando, de viaje por París, encontró el poemario Tabacaria del poeta portugués. Como novelista, alcanzó éxito con Sostiene Pereira, que fue adaptada al cine, al igual que otra de sus obras, Réquiem. Sostiene Pereira obtuvo, además, el Premio Campiello, el Scanno y el Jean Monnet. Fue galardonado asimismo por su novela Notturno Indiano, con el premio francés Médicis étranger; y con el premio español de periodismo Francisco Cerecedo.
Escritor comprometido, consiguió con su novela La cabeza perdida de Damasceno Monteiro (1997) la revisión del caso que aparecía en la obra, resolviendo el asesinato de un ciudadano portugués. Tabucchi también practicó el género epistolar, como demuestra su compendio de cartas sin destinatario: Si sta facendo sempre più tardi(2001). Colaboró con diversos medios de comunicación, entre ellos Corriere de la Sera y el diario El País. (Fuente: Lecturalia)
Para saber más:
Los principios que sostiene Pereira
Sostiene Pereira, de Antonio Tabucchi