Héctor Abad Faciolince nos presenta en este libro a su padre: Héctor Abad Gómez, un médico que encaminó su profesión a la defensa de la igualdad social y los derechos humanos hasta el día que lo mataron en pleno centro de Medellín.
En este relato biográfico conoceremos a toda la familia, muy numerosa, compuesta mayoritariamente por mujeres, donde Héctor padre y Héctor hijo son los extremos que por edad abren y cierran el núcleo familiar, al que acompañan otras mujeres que forman parte del servicio, además de innumerable número de familiares y amigos. Pero la figura principal, a la que se rinde homenaje, es al padre, al papá:
«Casi todo lo que he escrito lo he escrito para alguien que no puede leerme, y este mismo libro no es otra cosa que la carta a una sombra» (p. 50)
Es inmenso el afecto hacia su padre, la adoración que le tuvo y sin duda le sigue teniendo. La descripción que nos deja de él es la de una persona comprometida con los más desfavorecidos, generoso, idealista, luchador, cariñoso más allá de lo que las convenciones dan por válido y bueno con sus hijos. «Si quieres que tu hijo sea bueno, hazlo feliz, si quieres que sea más bueno, hazlo más feliz». Quitaba importancia a las travesuras, sabía infligir ánimo y autoestima, sin castigos, con risas, teniendo presente que mientras más avanzada es una especie, más duradera es su infancia. Un padre que apoyaba sus enseñanzas con historias, cuentos y libros que completaban la educación religiosa que recibían por una parte de la familia y del entorno, ofreciendo la otra cara de la moneda sin criticar, más bien dando otras opciones. Para ello tiraba muchas veces de la Enciclopedia Británica o la Colliors, aquellas que ya desde las ilustraciones de sus tapas indicaban la fe en el progreso, el desarrollo de las tecnologías que parece llevarnos siempre hacia algo mejor.
Pero esta relación idílica se daba más entre padre e hijo que con las niñas, que mantienen una crianza más tradicional, forman casi un subgrupo ellas mismas, con otras inquietudes, otra forma de relacionarse. Es curioso, porque de un lado se percibe una diferencia en el modo de educar a niños y niñas, pero por otro esas diferencias no tienen un carácter de inferioridad o superioridad de unos frente a otros, haciendo notar simplemente que como diferentes que son, el trato es diferente, aunque el cariño sea siempre inmenso. De hecho, dice en más de una ocasión que las fuertes de la familia eran ellas, las más capaces, las más valientes, y ellos unos mimados.
Desde luego debió ser muy particular este hombre que se definía como “cristiano en religión, marxista en economía y liberal en política”. Al que le interesaban la sociología de Maquiavelo, Marx, Hobbes, Rousseau o Veblen; tanto como la filosofía de Voltaire o Platón; las ciencias exactas, Russell, Monod, Huxley o Darwin; la poesía de Machado, Shakespeare, Whitman o García Lorca entre otros; y grandes escritores como Tolstói o Oscar Wilde. Y que encontraba además en el arte y en la música clásica consuelo ante las adversidades que la vida le deparaba, y según fueran estas grandes o pequeñas, así sonarían entre otros Bach o Bethoveen.
A él nos acercaremos desde la memoria del hijo, que es como «un espejo opaco hecho añicos» (p. 137), cada trozo representa una parte concreta, un recuerdo más o menos exacto o difuso, cada cachito encaja con otro, unos son grandes, otros pequeños, otros más cortantes o hirientes. Y entre todos, como un puzzle, nos van a dar la imagen del padre, la familia y la situación en Colombia.
Me ha parecido un texto muy interesante, con ideas muy particulares sobre la felicidad, la educación, la salud y la integridad de las personas, con ejemplos de la vida real, no con moralina. Resaltando siempre el compromiso social hacia los que más necesitan la ayuda, la defensa de la paz, la justicia y la tolerancia. Lo amenazaron muchas veces pero él no quiso exiliarse ni tampoco calló, en sus audiciones radiales y en sus escritos siguió denunciando a los ejecutores de la violencia que desgarraba a su país, a sus cómplices y a sus mentores. Hasta el 25 de agosto de 1987 en que dos sicarios vaciaron los cargadores sobre su cuerpo frente al Sindicato de Maestros de Medellín. Tenía 65 años, vestía saco y corbata, y en el bolsillo de su pantalón llevaba un soneto de Borges, “Epitafio”, acaso un apócrifo, y cuyo primer verso reza: “Ya somos el olvido que seremos…” (El Cultural)
Héctor Abad Faciolince tardó casi 20 años en escribir este libro, que ha sido traducido al inglés, italiano, portugués, alemán, francés y holandés y ha sido reconocido con el Premio WOLA-Duke en Derechos Humanos en Estados Unidos y el Prémio Criaçao Literária Casa da America Latina de Portugal.
Para tener aún una idea más amplia, os invitamos a leer estas dos reseñas de Letras Libres y El Cultural
Abriremos pronto, así que ya falta menos para que tengáis el libro disponible en la Biblioteca Miguel de Cervantes de Fuengirola, con la signatura: N ABA Hec olv.
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