Archivo mensual: diciembre 2020

RECOLECTURAS – Vanka, un cuento de Antón Chejov.

Vanka-Cuento de Antón Chéjov, publicado 25 de diciembre de 1886

Niño campesino (Vanka Zhúkov)-por Nikolái Chéjov (hermano de Antón)

«Llegó el momento de iniciar la Navidad con un cuento ruso del gran escritor, maestro del relato corto, Antón Chéjov. En él nos hace ver el maltrato y la marginalidad que sufrían muchos niños huérfanos en la época del autor.

Desde la biblioteca quiero recordaros, a través de este maravilloso cuento, la importancia de leerles y contarles cuentos a nuestros niños y niñas ya que están en la edad de disfrutar de ellos, igual que de adquirir el gusto por la lectura. También hablaros a pequeños y mayores de la importancia de la LITERATURA…”recordar su origen como proveedora de historias asombrosas, de lecciones tan profundas que ya se transmitían hace muchos milenios y siguen vivas ahora en los cuentos que les contamos a los niños” Antonio Muñoz Molina.

Una Nochebuena Vanka Zhúkov, un niño huérfano escribe una carta dirigida a su abuelo…..

VANKA

VANKA, muchacho de nueve años, aprendiz desde hacía tres meses en casa del zapatero Aliajin, no se acostó la noche de navidad. Aguardó al momento en que su patrón y los obreros iban a la misa de la madrugada, cogió del armario un tintero, un palillero con una pluma mohosa y, después de colocar ante él una hoja de papel arrugado, se puso a escribir. Antes de trazar la primera letra, echó a su alrededor unas ojeadas de apuro a las puertas y a las ventanas, lanzó una mirada de reojo al icono sombrío, a ambos lados del cual partían unos anaqueles cargados de hormas de zapatos y suspiró entre sollozos. La hoja de papel está encima del banco, ante el que él se arrodilla.

«Mi querido abuelo Constantin: Te escribo esta carta. Te deseo una feliz navidad y que Dios te conceda todo lo que deseas. Ya no tengo padre, ni madre y no me queda nadie más que tú.»

Vuelve los ojos hacia la oscura ventana donde se refleja el resplandor de la vela de sebo y se imagina, como si lo estuviese viendo, a su abuelo Constantin, vigilante nocturno en casa de los señores Jivarev. Es un viejecito delgado, pero extraordinariamente vivaracho y ligero de piernas, de sesenta y cinco años de edad, con la cara siempre risueña y los ojos humedecidos por el alcohol. Por el día duerme en la cocina de los criados o le cuenta chismes a las cocineras, y por la noche, arropado en una amplia esclavina, da la vuelta a la finca tamborileando sobre una tabla. Detrás de él, con la cabeza baja, siguen la vieja perra Castaña y el mastín Loche, llamado así a causa de su pelo negro y de su cuerpo alargado como el de una marta. Es un perro extremadamente educado y cariñoso, tiene la mirada tan pacifica para propios romo para extraños, pero no goza de ningún crédito. Bajo su apariencia tan cortés y tranquila, oculta la perfidia más jesuítica. No tiene rival para acercarse a la chita callando en el momento oportuno y atrapar una pierna, introducirse subrepticiamente en el depósito de las provisiones o para robar una gallina a un campesino. Le han roto más de una vez las patas traseras, lo han colgado dos veces, todas las semanas alguien le deja medio muerto a palos, pero siempre vuelve a casa.

A estas horas seguramente el abuelo está delante de la puerta cochera, medio cierra los ojos mientras contempla las ventanas iluminadas de la iglesia de la aldea y le cuenta chismes a la mujer del portero, haciendo resonar la suela de sus botas de fieltro. Se ha atado su tabla a la cintura. Se golpea con los brazos para calentarse, se encoge de frío y, con una risita de viejo, pellizca a la doncella o a la cocinera.

— ¿Quieren una toma? —dice, tendiendo la tabaquera a las mujeres.

Las mujeres toman un poco de rapé y estornudan. Al abuelo le causa una alegría indescriptible, se ríe con todas sus ganas y grita:

— ¡Límpiate, que se ha helado!

También le hace tornar rapé a los perros. Castaña estornuda, se sacude el hocico y se aleja fastidiada. Loche, como perro bien educado, no estornuda y agita la cola. Hace un tiempo magnífico. La atmósfera está tranquila, límpida y fresca. Aunque es noche cerrada se distingue, sin embargo, toda la aldea con sus tejados blancos y sus espirales de humo que suben de las chimeneas, los árboles, que la escarcha argenta, y los montones de nieve. Todo el cielo está sembrado de estrellas que centellean alegremente y la vía láctea se dibuja tan nítidamente como si la hubieran lavado y le hubiesen puesto nieve para la fiesta.

Vanka suspira, moja la pluma y continúa: “Ayer recibí una paliza. Mi patrón me arrastró afuera por los pelos y me golpeó con el tirapié, porque cuando acunada al niño, de pronto, me dormí. Durante la semana la patrona me había mandado que limpiase un arenque; como yo había comenzado por la cola, entonces ella cogió el arenque y se puso a darme golpes con él en la cabeza. Los obreros se burlan de mí; me envían al café a buscar vodka y me dicen que robe los pepinillos al patrón; luego el patrón me pega con lo que le viene a mano. Y no es comida lo que me dan. Por la mañana, pan; a mediodía, gachas, y por la noche, de nuevo pan, té y sopa de coles. Duermo en la habitación de la entrada, y cuando el niño llora, ya no duermo, tengo que acunarlo. Abuelo querido, pídele a Dios una gracia, sácame de aquí, llévame a casa, a la aldea, no aguanto más… Te hago una reverencia hasta el suelo y rezaré eternamente a Dios por ti; llévame de aquí o moriré…»

Vanka se muerde los labios, se frota los ojos con su puño negro y lanza un sollozo.

«Te picaré tu tabaco—continúa—, rezaré por ti y, si no hago alguna cosa bien, me zurrarás de lo lindo. Si tú crees que yo no encontraré colocación, le pediré al administrador que, por el amor de Dios, me deje limpiar sus botas o me iré como pastor en el puesto de Fedia. Abuelito querido, no aguanto más; es la muerte, ni más ni menos. Me hubiera escapado y me hubiese ido a la aldea a pie, pero no tengo botas y tengo miedo que se me hielen los pies. Cuando sea mayor, en cambio, te alimentaré y no dejaré que nadie te haga daño. Cuando mueras, rezaré por el eterno descanso de tu alma, así como por mi mamá, Pelagia.

«En cuanto a Moscú es una gran ciudad. Todas las casas son de señores, hay muchos caballos, pero no hay corderos y los perros no son malos. Aquí los niños no van de casa en casa con una estrella y no dejan cantar a nadie en el coro. Una vez vi en una tienda, por la ventana, que vendían los anzuelos puestos en el hielo, hay para todas las clases de peces, cuestan muy caros, hay uno que incluso puede llevar un siluro de treinta libras. También he visto tiendas donde hay toda clase de fusiles, como los de los señores, apuesto a que cada uno vale lo tramos cien rublos…En las carnicerías hay también gallos silvestres, gallinas cebadas, liebres, pero donde las han matado eso no lo dicen los dependientes.

«Querido abuelo, cuando pongan el árbol de navidad en casa de los señores, me coges una nuez dorada y la pones en el cofre verde. Pídesela a ti señorita Olga, dile que es para Vanka”.

Vanka lanzó un suspiro convulsivo y su mirada se detuvo de nuevo en la ventana. Se acordó de que siempre era su abuelo quien iba a cortar el pino de navidad de los señores y que llevaba a su nieto con él. ¡Hacia buen tiempo!. Su abuelo decía: «¡Hum!»; la tierra helada decía: «¡Hum!”, y, al mirarlos, Vanka también decía «¡Hum!» Por regular, antes de cortar el abeto, su abuelo fumaba una pipa, lo que llevaba un buen rato y se burlaba de Vanka que estaba helado… Los abetos jóvenes, cubiertos de escarcha, se quedan inmóviles, preguntándose cuál de ellos va a morir. Saliendo de no sé dónde, una liebre echa a correr como una flecha por entre los montones de nieve. El abuelo no puede contenerse y grita:

—¡Atrápala, atrápala…, atrápala! ¡Ah, qué diablo!

Una vez cortado el abeto el abuelo lo arrastra a la casa de los señores donde se ponen a engalanarlo… Era, sobre todo, Olga, la preferida de Vanka, quien se ocupaba de ello. Cuando la mamá de Vanka, Pelagia, estaba aún en este mundo y servía como doncella en casa de los señores, Olga atracaba a Vanka de dulces de cebada; por ocio, ella le ha enseñado a leer, a escribir a contar hasta cien e incluso a bailar la contradanza. Pero a la muerte de Pelagia enviaron al huérfano Vanka a la repostería de la casa junto a su abuelo y de allí a Moscú a casa del zapatero Aliajin.

«Ven, abuelito querido, continuó Vanka, te lo suplico en el nombre de Cristo, llévame de aquí. Ten compasión de mí, desdichado huérfano; todo el mundo me pega, tengo un hambre horrible y me aburro de una manera que no puede decirse, no hago más que llorar. El otro día el patrón me dio un golpe en la cabeza con una horma que caí al suelo y me costó recobrar el sentido. Llevo una vida de infierno, peor que un perro… Saluda de mi parte a Aliona, a Iegor el tuerto y al cochero y no prestes mi acordeón a nadie. Te quiere tu nieto, Vanka. Querido abuelo, ven.»

Vanka dobló su hoja de papel cuatro veces y la metió en un sobre que había comprado el día antes por una copeica… Reflexionó un instante, mojó su pluma en el tintero y escribió la dirección:

A MI ABUELO, EN LA ALDEA

Luego se rasca la cabeza, reflexiona y escribe:

CONSTANTIN YUKOV

Contento por haber podido escribir su carta sin ser molestado, se pone la gorra y, sin ni siquiera echarse lapelliza por los hombros, sale de casa en mangas de camisa…

Los dependientes de la carnicería, a quienes preguntó el día anterior, le dijeron que las cartas se echan en los buzones, que luego se las llevan y que las distribuyen por todo el mundo con unos coches de posta que tienen unos cocheros borrachos y unas campanillas que tintinean. Vanka corre al primer buzón y desliza por su hendidura la preciosa carta…

Arrullado por dulces esperanzas, una hora después, se duerme con los puños cerrados… Ve en sueños una estufa. Sobre un borde estaba sentado, con las piernas colgando y los pies descalzos, su abuelo, leyendo su carta a las cocineras. Loche da vueltas alrededor de la estufa, agitando la cola…»

FIN DE «VANKA»

Antón Pávlovich Chéjov (1.860-1.904) fue un médico, escritor y dramaturgo ruso, considerado como uno de los más importantes escritores de cuentos de la historia de la literatura y un experto del relato corto. Su madre era una muy buena cuentacuentos, por lo que no es de extrañar que se inclinase su carrera literaria como escritor de cuentos. Fue un gran conocedor de su país y en sus relatos, de gran intuición psicológica con un estilo sobrio y lenguaje preciso, nos describe con objetividad y benevolencia toda clase de gente de todas las clases sociales.

OBRAS NOTABLES: La gaviota, El jardín de los cerezos, El tío Vania.

Cuentos de Chéjov: La dama del perrito, El beso, Las tres hermanas, El jardín de los cerezos, El violín de Rothschild y otros relatos.

Podéis encontrarlo en nuestra Biblioteca Miguel de Cervantes con la signatura N CHE Ant Obr y N CHE cue.

Lola Cabrea Durán.

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