Todas nuestras rutinas se han visto afectadas por este virus, y también las actividades excepcionales que le dan vidilla a nuestras rutinas. Hoy por ejemplo (es 26 de marzo cuando escribo esto), el Club de Lectura de los Boliches tenía un encuentro con Juan José Aponte, autor de La muerte de Victoriano el mulo, escritor residente en Málaga, ciudad donde además se ambienta su novela, última lectura que hemos hecho juntas.
Nos trasladamos no a la Málaga cultural, cosmopolita y moderna que es hoy, sino a la Málaga de ayer, de un ayer no muy lejano, en una Málaga previa a la Guerra Civil, en la que están presentes barrios muy emblemáticos que aún existen hoy, como La Trinidad, el Bulto o el Perchel; pero también un barrio desaparecido: La Coracha, que tenía una magnífica imagen de casas típicas encaladas, con sus persianas verdes, sus gitanillas en los tiestos, claveles en las jardineras y las sillas de enea en la puerta cuando es la hora de salir a tomar el fresco.
La Coracha era uno de los barrios más antiguos y característicos de la ciudad, pero hoy solo un edificio queda de aquel barrio humilde, que surgió siglos atrás pegado a las murallas de la Alcazaba, aprovechando para su construcción los restos de la misma.
Pues en estas cuestas empedradas, y con el recuerdo del propio Victoriano bajando por ellas, arranca esta historia narrada por su protagonista, Francisco Sánchez (antes conocido como Paco), quien nos viene a presentar un completo muestrario de un tiempo y unas gentes muy particulares, no la gente pudiente, no los señoritos de otros barrios que se presienten lejanos, si no gente humilde, gente de barrio, que busca las vueltas para salir adelante y vivir. Tipos de toda clase y hechura, vividores, con aspiraciones, venidos a menos, íntegros y traidores, currantes, borrachos, señoras de sus casas y sus santos y alguna que otra de ideas más modernas, creyentes y renegados, de un bando o del otro, y si no del que se tercie… de todo hay, como en botica. Aunque la historia se concreta en un puñado de personajes que en torno a varias figuras pivotan, y si el protagonista es el que cuenta la historia, pues para eso es su historia y son sus recuerdos, no menos protagonistas son Victoriano o Amparo, ni los demás cuyas vidas han corrido paralela unas veces y tangenciales otras, a las de ellos. Porque al final el mundo es muy pequeño y Málaga más, y las personas cruzamos nuestros destinos más veces de las que suponemos.
Llegó esta novela a nuestro club en el momento perfecto y con mucha modestia. Ha sido una muy grata lectura, que en algo me recordó a «Crónica de una muerte anunciada», o a» HHhH», por aquello de saber desde el principio cuál será el final (eso a los curiosos impacientes como yo nos encanta) y en alguna otra cosa a «En el café de la juventud perdida», porque fue la primera novela que leí en la que la construcción de un personaje dependía más del resto de personajes que del personaje en sí. Ya os haréis con esto un par de ideas sobre la construcción de esta novela, añadidles los saltos temporales, no muchos ni muy remotos, los que da la memoria cuando la obligamos a recordar, o cuando ella sola viene voluntaria a entretener nuestros ratos ociosos. Sumadle ahora un poquito de ese vocabulario tan nuestro, de esas expresiones del terreno que nos dan la gracia que tenemos (aunque este feo que lo diga una malagueña). Y por último añadidle las ubicaciones tan de aquí, Cinco Bolas, el Hospital Noble, el Cementerio Inglés, Calle Camas… Y entre tipos, lenguaje, contexto y ubicaciones, la novela resulta de lo más creíble.
Me encantaría contaros más, de Paco, de su evolución como personaje, de su madre y el Batallón de los Sordos, de lo que se cuenta de Victoriano y de lo que sólo algunos saben de él, de Amparo y de Loli, de Sagrario y otros vecinos, del cura, del mercado clandestino, de locales secretos, de amores… Pero no puedo, y no debo, porque sería injusto quitaros el placer de descubrirlo vosotros mismos, así que os tendréis que conformar de momento con lo dicho y con la reseña que incluye la editorial:
«Aún hoy, casi ochenta años después, enterrado entre las paredes de la residencia, recuerdo la primera vez que vi a Victoriano el Mulo, bajando despreocupado por la calle empedrada que descendía desde la Alcazaba». Así empieza a contar Francisco Sánchez los años que compartió con Victoriano el Mulo, desde que lo conoció hasta que, una noche de noviembre, aquel tarambana vividor, sinvergüenza y mujeriego, apareció muerto junto a los muros del Cementerio Inglés.
Me quedo con las ganas de comentarlo con las fantásticas mujeres que forman este club (los hombres también están admitidos, pero no sé por qué no se apunta ninguno), porque han conocido Málaga antes de Málaga, porque son muy listas y siempre tienen otras lecturas e interpretaciones diferentes que enriquecen mucho cualquier lectura, así que quién sabe, a lo mejor, cuando todo esto pase y nos volvamos a ver, me descubren cosas que pasé por alto y tenga que reescribir esta entrada de nuevo. Hasta entonces, esto se queda aquí.
#yomequedoencasayleo
Ánimo y salud para todos. Sigamos haciéndolo así de bien.